
Estoy velándote solo, en la amplitud de una noche ciertamente calurosa. A veces la inteligencia humana, aquella que es más aguda, resulta lenta para comprender el maravilloso hecho del recuerdo. Recurro a mi testimonio encerrado en la cocina, convertida en escritorio y centro de memoria de tu figura. Pero me desplazo con la suficiente agilidad para estar en Montillana, en el salón de tu casa y cerca de tu familia y seres queridos, donde tan bien he sido tratado.